Cuando hablamos de autoconfianza a veces podemos tener un imaginario de una persona exultante, fuerte, grande, poderosa, como subida a un pedestal, sin embargo para mí la autoconfianza tiene que ver muy poco con todo eso.
Para mí la verdadera autoconfianza se nutre de la vulnerabilidad. La verdadera autoconfianza se nutre en la noche cuando se apagan otras luces y va amaneciendo la tuya propia sin ningun tipo de confusión, porque no hay ninguna otra.
Para ser de verdad una persona con autoconfianza hay que atreverse a atravesar dudas, preguntas, conflictos, impotencia, fragilidad, y seguir adelante. Como pasa en cualquier relación de intimidad, la verdadera confianza nace cuando se abren los niveles de la vulnerabilidad. También entonces en la relación con uno mismo.
Confianza tiene que ver con diluir fronteras y juicios, y autoconfianza también.
Confianza tiene que ver con tomar riesgos, y autoconfianza también.
Las mujeres hemos vivido toda la historia de la humanidad construyendo tribu, pendientes de la tribu, respondiendo a las demandas continuas de la tribu. Hemos sido, y somos, curanderas, cocineras, conciliadoras, organizadoras. Estamos entrenadas en cuidar. Pero ha llegado el momento de poner en valor con nosotras mismas todo eso que tan bien hacemos con los demás. Ha llegado el momento de autocuidarnos, autocurarnos, reconciliarnos, cocinarnos a fuego lento. ¿Dónde hemos quedado nosotras en medio de esa tribu tan demandante? Hemos enfrentado el satisfacer las necesidades de los demás con cuidar de las propias, y eso es lo que ahora pide una nueva integración. No es a costa de mí como puedo crecer, ni ayudar a crecer a la tribu. Es conmigo, es desde mí.