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Geiser

Diez buenas noticias que nos trae (o nos podría traer) el coronavirus

Segunda parte

Y otras cinco buenas noticias (puedes ver las anteriores aquí):

6. Una nueva forma de trabajar. Hay muchas incertidumbres en relación a cómo se desenvolverá el futuro a partir de lo que estamos viviendo; sin embargo, hay algo claro: la apuesta por el trabajo digital ha venido para quedarse. Como señalara acertadamente Yuval Noah Harari las crisis son aceleradoras del cambio. En este caso, ese cambio viene, desde luego, por el lado del trabajo. Algo que venía anticipándose se consolida: aprendemos a trabajar – y también a educarnos – desde casa. Muchas organizaciones, empresas y profesionales que eran un poco reacios a esta forma de trabajo van encontrando que ese monstruo no era tan bravo como lo pintaban sino que, al contrario, aporta diferentes posibilidades. Somos más efectivos, más enfocados, más dirigidos a los resultados cuando nos ponemos delante de la pantalla y abordamos una reunión. Se agilizan o se concentran en poco tiempo muchos minutos de reunión o viajes inútiles o poco productivos. También es verdad que, junto con todas esas ventajas, se dan algunos inconvenientes que tendremos que solucionar: ¿qué va a ser de toda esa dimensión informal de nuestro trabajo, del conocimiento tácito, de los ambientes relajados del coffee-break o las conversaciones de pasillo? ¿cómo seguir alentando las dimensiones más emocionales y afectivas del trabajo? Sin duda que vamos a tener que abordar estas y otras cuestiones que se nos presenten, pero el ser humano tiene una plasticidad y una cualidad de desarrollar nuevas capacidades según aparecen cambios y transformaciones en su horizonte que seguro que acabaremos por integrar esas claves más emotivas y humanas en nuestro trabajo. Si el Covid-19 sirve para que incorporemos de una vez por todas y en su mejor expresión el mundo de la tecnología en nuestras vidas, será también una buena noticia.

7. Autenticidad, soberanía, responsabilidad. La situación que estamos viviendo nos ha llevado a ceder al estado buena parte de nuestra libertad y de los derechos que tenemos como ciudadanos. Más aun, viene rondando la posibilidad de que, para superar esta y futuras pandemias, tengamos que permitir la vigilancia por parte de determinadas autoridades de nuestros movimientos, nuestras relaciones o nuestra temperatura corporal. En algunos círculos se aboga por un aumento del control de la ciudadanía por parte del estado. Y eso en menoscabo de nuestra libertad. Por otra parte, el mundo globalizado en que vivimos con acceso a la información no solo por los canales tradicionales sino por las redes sociales da lugar a que las distintas informaciones estén al alcance de todos. Esa sobresaturación de la información, con la consiguiente apertura a teorías conspirativas, deja a los ciudadanos, a todos nosotros, en una situación de dificultad para hacer sentido de lo que está pasando. Cesión de derechos y libertad por un lado, explosión combinatoria de información por otro: ¿cómo dar cuenta de todo ello? La crisis actual nos urge a desarrollar en nosotros tres tipos de valores: autenticidad, soberanía y responsabilidad.

Autenticidad en el sentido de que ahora, más que nunca, tenemos que tomar la propia vida en las manos para saber qué queremos hacer de ella y cómo queremos vivirla. Es tremendamente llamativo con qué facilidad se ha aceptado el confinamiento y la cesión de libertades que se ha producido en esta crisis por la pandemia. Quede claro que no estoy diciendo que no se deban aceptar las normas por el bien de todos, pero han sido pocos los que se hayan alzado diciendo por qué no puedo salir a correr o a ser responsables de mis hijos y sus paseos o a estar solo delante del mar. Si cedemos acríticamente nuestros derechos por el bien del control y la vigilancia, la sombra del autoritarismo del estado se cierne sobre nosotros. Por eso, la soberanía personal es un valor esencial.

Soberanía tiene que ver con la capacidad de ser dueño de la propia vida  y poner en cuestión todas aquellas veces en que la cesión de la misma nos está impidiendo ser de verdad nosotros mismos. Soberanía implica también que yo tengo el derecho y el deber a hacer sentido verdadero de lo que está pasando: tengo derecho a la transparencia de la información, a poner en cuestión los relatos oficiales, a que se cuente conmigo en lo que se está llevando adelante. Muchas veces, en situaciones de crisis como esta, el humor es el mejor indicador para retratar desencarnadamente lo que está sucediendo o lo que se nos está queriendo vender. Y así, han aparecido innumerables posts en whattsap o facebook donde se ironizaba sobre lo necesarias que eran las mascarillas un día sí y al día siguiente no, no servían de nada… pero no se podía salir sin ellas…; o lo poco peligroso que era el coronavirus aunque… mejor no contagiarse, pero, si te contagiabas no pasaba nada… solo a los ancianos… pero también a la gente joven… aunque con lavar las manos bastaba… pero mejor llevar guantes… Y así. Personalmente he sentido una profunda indignación cuando en algunos países desde instancias oficiales se trataba a los ciudadanos de manera infantil y, por el contrario, he admirado a los gobiernos que daban información transparente y lo más fiable posible, incluso si lo que se tratara de decir es un simple “No sabemos nada”. Es significativo que en países como Alemania o Nueva Zelanda o los países del norte de Europa, o en el mismo Uruguay donde vivo, aunque con distintas respuestas tácticas pero siempre tratando a los ciudadanos como adultos, está siendo donde mejor se está manejando la pandemia.

Esto me lleva al tercer valor: la responsabilidad, entendida en su sentido etimológico: habilidad para tener respuestas. En esta sociedad y cultura actual nos hemos acostumbrado a que las respuestas vengan de fuera: los políticos, la sociedad, el sistema. Como niños consentidos, nos quejamos y protestamos de lo mal que se hacen las cosas, sin contribuir por nuestra parte a la solución de los problemas. Pues bien, la pandemia nos está mostrando que esto o lo resolvemos entre todos o no lo resuelve nadie. Lo decía más arriba: cada vez creo más en las posibilidades de una inteligencia colectiva y distribuida que venga de la sociedad civil, no de los gobernantes. O, si se quiere, también de los gobernantes si estos comparten con la sociedad civil esos valores de autenticidad, soberanía y responsabilidad – como las mejores respuestas nacionales a la pandemia viene mostrando. El riesgo de sucumbir a una inautenticidad, cesión de soberanía y victimismo irresponsable está ahí. Pero si esta pandemia nos enseña que la autenticidad, la soberanía y la responsabilidad son inexcusablemente valores del mundo que está por venir, el Covid-19 puede que haya sido una buena noticia.

8. Vivir en la incertidumbre. Hay una frase que se oye con cierta frecuencia entre la gente estos días: “Todo esto parece surrealista”. Efectivamente, la pandemia que estamos padeciendo y que no sabemos si acaba ahora ha traído consigo una quiebra de las estructuras en las que se basaba el orden social que hemos construido de manera que parece que vivimos mucho más en el aire, en un ambiente surrealista. Pero a menudo un estado de confusión como el actual no es otra cosa que el anticipo de que nos encontramos ante un cambio de paradigma en la construcción social. Hemos sido educados para vivir la incertidumbre y la confusión como algo negativo, como algo malo. Pero la confusión es el estado propio de quien tiene o quiere abrirse a un nuevo paradigma y todavía no tiene los recursos para lograrlo. Precisamente ese es el momento para aprender a vivir en la incertidumbre y presentir el futuro que quiere abrirse. Como decía Santa Teresa: “En tiempos de turbación, no hacer mudanza”. Cuando lo nuevo todavía no ha llegado hay que saber esperar antes de mover ficha y moverla en el momento justo. Una de las muchas historias marítimas de Joseph Conrad describe lo que yo entiendo que hay que hacer en situaciones como la actual. El barco esta varado y a medio hundirse, los vientos soplan severos en todas direcciones y la tripulación despavorida a punto de desistir; mientras tanto el capitán observa el barco, el movimiento de los vientos y de las velas, las señales que le vienen del mar y en el momento oportuno dice a sus marineros “ahora” y con un rápido tensar de las velas, estas reciben el viento adecuado y de nuevo endereza el barco. Ojalá esta pandemia nos enseñe a prescindir de seguridades falsas y aprender a vivir en la incertidumbre y, como en el cuento de Conrad, abrirnos, en el momento preciso, a lo nuevo que está por llegar.

9. Devolvernos a nuestra mortalidad. Desde hace meses las cifras de contagios y muertos han inundado todos los medios de comunicación. Prácticamente no se habla de otra cosa más que de esta pandemia fatal. Pero la palabra “fatal” también nos habla del destino, de aquello de lo que no nos podemos librar, de aquello que nos lleva más allá de nosotros. Tal vez algo de todo esto se nos había olvidado: que somos vulnerables, que somos el “ser para la Muerte” heideggeriano, que al final del camino está la fatalidad, la muerte. De alguna forma, el proyecto social moderno había prescindido de esto, la hybris humana le llevaba a creer que podía con todo, hasta con la muerte. Y he aquí que ante un pequeño virus nos encontramos queriendo respirar, sobrevivir porque se nos lleva la vida, y lo único que lo combate es lavarse las manos, una pequeña tela en la boca y quedarse en casa. Nada muy diferente de lo que se hacía en los tiempos de la peste negra.

La crisis del coronavirus pone en cuestión la utopía del progreso ilimitado que puede hasta con la muerte. Pero, bajándolo esto a la letra pequeña, si hay un aprendizaje de todo ello está en aprender a encontrarnos con nuestra limitación y nuestra vulnerabilidad. Y, por lo mismo, con la limitación y la vulnerabilidad del otro. En un modelo de sociedad donde los que triunfan son los poderosos y los que dominan a los demás, contar con la vulnerabilidad como valor sería un aprendizaje nuevo que este coronavirus podría traernos que cambiaría nuestra forma de ser y de relacionarnos con los demás.

10. Una llamada a las nuevas generaciones. “Que las cosas “simplemente sigan”: esa es la catástrofe”, decía Walter Benjamin. Ojalá que estas buenas noticias no se entiendan como el final feliz de esta tragedia que hemos vivido o, tal vez, hasta hemos creado, sino que sea la respuesta humana, verdaderamente humana, a que las cosas simplemente no sigan. Estar vivos significa ser capaces de transformar las circunstancias del exterior y hacer algo con ellas que las optimice. La decisión es nuestra: podemos dejarnos llevar por la corriente y seguir haciendo lo mismo, volver a lo de siempre y pensar que todo esto solo fue una mala experiencia que tuvo que llegar o convertir todo este desastre natural en una oportunidad para nuestra autotransformación y la transformación de la sociedad. 

Existe en la Cábala una interesante historia en relación a la huida de los judíos y el paso del Mar Rojo. Los israelitas han huido de Egipto (que, por cierto, etimológicamente significa “estrechez”…) Pero los egipcios salen detrás de ellos y les están acosando cuando, de repente, los israelitas se topan con el Mar Rojo cerrado ante ellos. Pues bien, cuenta la Cábala que ante semejante panorama Moisés decide agrupar a los israelitas en cuatro campamentos y cada uno de ellos representa una de cuatro soluciones ante la tragedia que se viene encima. Unos son los que piensan que lo mejor es rendirse y volver a Egipto, a lo de antes; en nuestro caso, a cómo estaban las cosas antes de la pandemia. Otro campamento dice que hay que luchar: ese lenguaje bélico que se ha escuchado en estos meses y que tanto ruido me hace. Un tercer campamento piensa en arrojarse al mar: las voces que hablan del fin del mundo, la extinción total, etc. En el último campamento optan por rezar, como todas estas voces medio narcisistas de estos meses que se presentaban como “esto no va conmigo”, la humanidad tiene la culpa y yo me siento ajeno a todo esto. ¿Qué hacer ante estas posiciones? Dios toma el mando y le ordena a Moisés que los israelitas se pongan en pie y caminen hacia adelante. Es entonces cuando el Mar Rojo se abre ante los israelitas. Pensando en esta historia cabalística me venía la necesidad de decirles algo de esto a los más jóvenes, a las nuevas generaciones. A vosotros os toca resolver el entuerto que os hemos dejado. “Poneos en pie e id hacia adelante”, porque los más viejos os estamos dejando un mundo bastante jodido que vais a tener que solucionar vosotros. Tal vez esta sea la última llamada que viene del coronavirus. Que las generaciones más jóvenes se pongan en pie y decidan arreglar este mundo que, con todas sus cosas buenas, también está enrevesadamente complicado. Si los jóvenes toman el testigo, esta también será una buena noticia del coronavirus.

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